La suavidad que acompañó la dura habitación de mis dolores, alberga los colores y designios de aquellos que pretenden cambiar el mundo en un cuarto de segundo. Con un papel, lápiz y pocos años a cuestas, comencé a sentir los primeros latidos del corazón. Algo que luego entre desvelos y misterios, se fue convirtiendo en mi gran secreto. Tan así de inmenso que hoy por fin deseo compartirlo. Pero todo este sueño me produce pánico. De todas formas, ahí va…
martes, 19 de julio de 2011
Instrospección y El Hombre de Abrigo Negro (Pequeña Vivencia Mendocina)
Han pasado algunos meses y muchos días, desde que decidí lanzarme definitivamente a esta aventura. De esta forma, quería en carne y alma comprobar si podría sobrevivir o sobremorir de esta manera. Me animé a desprenderme de muchas cosas, todo aquello que de alguna u otra forma mantenía atado mis pensamientos y convicciones, se fue evaporando, así de a poquito, entre alegrías y penas.
Nunca he sido muy bueno para hacer lo que se supone que debería hacer. O por lo menos, lo que muchos esperan de mí. Entonces fui haciendo amistades desde ese punto, tratando de encajar entre lo que me gusta ser y lo que desearían que fuese. Pero yo solo me empeño en no hacerle daño a nadie.
Así me encuentro hoy en día. En una combinación de sudor y rabia, pero con la frente en alto. Camino por la peatonal Sarmiento escondiéndome de las miradas, mis pasos largos me cobijan. De alguna forma trato de conservar lo más ritual entre lo humano que nos rodea. Llenar ese vacío que aguarda en cada esquina, y tratar de resolver día a día el enigma entre la alegría y el llanto.
Hay un hombre de abrigo negro dando sermones en el lugar. Por un momento me recuerda la plaza de armas de Santiago, plagada de sus charlatanes que creen tener respuestas para todo, hasta para salvar a la humanidad y que no hacen más que sembrar el miedo y ceguez en las cabezas de quienes tienen la mente frágil. Pero este hombre es distinto, no habla de política y mucho menos de religión. Tiene el anhelo de querer vivir en un país que no tiene nombre, que se llama aire. Habla de echar raíces en una tierra sin dueño, que está aburrido en donde habita, porque siente que no se han hecho las cosas bien, que no hay un verdadero amor, que no hay una verdadera convivencia. Dice que en su tierra natal existen todas las cosas a la mano, un mundo de comodidades, pero siente que a la larga se sufre mucho más. Piensa que somos humanos porque estamos no más.
Enciende un cigarrillo, y entre el humo del tabaco se dibuja una silueta. Tiene forma de mujer, debe ser aquella musa que habita solo en su cabeza. Se llena de ideas y el cigarrillo se consume, al igual que su tiempo. Mira las vitrinas de Av. San Martin como buscando un objetivo. De pronto exclama: “El hombre de hoy es un hombre desamparado”. Todos lo miramos con detención y el silencio se apodero del lugar. Sin decirnos nada, podía yo leer en su mente lo que estaba tratando de expresarnos; sabía que estaba agobiado de ver al hombre actual encadenado a su propia pobreza, incapaz de detectar alguna arruga en el espejo cada mañana; buscando la felicidad en la mejor oferta y donde se entreguen los menos intereses posibles.
De un momento a otro, escapó muy de prisa del lugar tratando de perderse entre la gente. Lo seguí un par de cuadras, en dirección desconocida, hasta que lo perdí de vista. Desconcertado y con la duda de saber quién era aquel hombre de abrigo negro, camine buscando la ruta de regreso a casa. Al esperar cruzar la calle con luz roja el semáforo, alguien toca mí hombro. De inmediato el olor a tabaco delata al misterioso señor, quien al voltear me pregunta si es que pienso que él se encontraba loco o que pertenece a la raza de los pesimistas. Solo respondí con un breve movimiento de cabeza, afirmando una negación.
Creo que puse cara de asustado, y el asentó con una sonrisa. Me dijo textualmente: “Che, ojala que los pantalones no los hagan nunca más con bolsillos, para que no carguemos con cosas innecesarias, que nos hagan más pesados y nos impidan el vuelo al soñado país”. Luego, se esfumo nuevamente entre la multitud de gente.
Reaccione tarde del letargo, impávido me animé a caminar de regreso. - Lo malo es que me di cuenta que estaba perdido en las calles de Mendoza -. Mire al cielo, y me regale una de las mejores sonrisas que he tenido en mi vida. Tal vez encuentre algún atajo, ni pregunten como llegare a casa. Sé que no le importa ni a dios, ni me importa saberlo.
No lo pensare más y de una vez me pondré a caminar, porque ya es hora del Matecito, y esta tarde más que nunca, no me lo quiero perder.
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