domingo, 29 de mayo de 2011

Riel de Otoño


Las viejas calles de adoquines, esas que guardan los secretos de cientos de manos obreras, cobijaron la caminata melancólica, un poco triste y un poco en broma, en esta fría tarde de otoño.

Tres pasos a mi izquierda se encuentra una oxidada línea férrea, la cual transportó entre sus delgados metales a miles de personajes anónimos, a millones de sueños e inimaginables historias que parecen no haberse evaporado ante el paso del tiempo.

El tímido sol parece no haberse asomado por este lugar. Puedo sentir la soledad de los metales y el abandono cómplice que acompaña a las piedras, a los bloques cuadriculados que forjan mi camino. El mismo metal que hace callar a las estatuas de bronce, la misma soledad que hace que estas guarden un silencio perpetuo, a todas aquellas que alguna vez tuvieron algo que contar.

Trató de tomar una Fotografía, quisiera contar lo que me pasa en este momento. Desenfundo y cargo mi arma, mi pistola. Esta también tiene algo de metal y también es algo solitaria, con la diferencia que no dispara balas, sino únicamente, destellos de luz.

Al acercarme, veo que este pedazo de fierro tiene nombre y número. Además, divide mi camino en dos. Ahí es donde observo que también tiene venas, y que su sangre corre a través del riel. Trato de buscar su corazón, aquel que marca el compás del tiempo en que ha sido olvidado, pero me es vano el intento.

Me pongo de pié, levanto la cabeza, y al dar tres pasos a la derecha una suave brisa me acompaña. Es el viejo tranvía, que a mi costado va pasando como un fantasma.
Es increíble como aquel viejo carro acompañó mi sentir, y se dio cuenta que al igual que su corazón, el mío también estaba triste.