lunes, 14 de noviembre de 2011

Atardecer


Las nubes rojas de esa tarde de domingo, traían consigo la nostalgia de un tiempo pasado y de los nuevos días que vendrían. Tomado de su mano, yo me sentía inmensamente feliz, caminando a su lado sentía que nada faltaba, que la soledad y el frio nunca existieron, las flores que mirábamos en cada uno de los jardines eran todas las ilusiones y los sueños que alguna vez nos propusimos alcanzar. Entre cada paso que dábamos, entre cada silencio, yo iba dibujando pequeños bocetos que podrían de alguna manera explicarle lo mucho que la quiero. Yo solo imaginaba que haría ella si supiera cuanto es que la amo. Ella jamás lo imaginaría, así que me decidí a guardarle ese secreto hasta que yo me pudiese hacer un poco más valiente y dejara de ser el cobarde que se esconde bajo este pobre traje.

Avanzado nuestro andar, aparecieron flores de todos los colores. Habían flores alegres y flores tristes, algunas marchitas y otras que están recién están saliendo a la vida. Entre todo este eterno ramillete apareció una pequeña flor color Violeta, era diminuta y frágil, y trataba de despegarse de la tierra para mostrarse a la vida. Imagine que aquella flor tenía tanto de parecido con los sueños que guarda el vientre bendito y estelar de la mujer que amo.

Seguimos el trayecto, y yo daba pasos escribiendo una historia hermosa, mientras miraba de reojo sus ojos negritos llenos de amor para dar. Se fue apagando el rojo de la tarde, se acercaba la hora del triste adiós, pero las esperanzas que yo había dibujado en esta historia me decían que mañana la volvería a ver. Porque entre el naranjo del cielo y el Violeta de la flor estaba esta tarde que yo siempre esperé. La tarde que siempre amé. Y su nombre era Claudia.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El Error


Todo ocurrió un día de esos interminables de lluvia. En el tiempo en que las noches eran aún largas y los vientos se hacían de hielo.

Esa mañana floreció de forma mágica el rosal, y el aire frio se impregnó de todo su aroma. Ese día también floreció el ciruelo y despertaron los caracoles del jardín de la casa.

Al ver esto, sentí que aún no despertaba del sueño. Creí en el error de mis ojos y poco duro aquel espejismo. Pero gracias a ese error, el rosal, el ciruelo y los caracoles pudieron creer que alguna vez se acabaría el invierno.
Y yo también.