
El espejo narra la historia de una tarde de septiembre. En ella se cuenta que ha pasado un tiempo desde que se encontraron aquella tarde. Ellos han recorrido las calles y contemplado como los muros pueden gritar en silencio. Sus manos se juntaron y surgió la infinita fuerza de los que creen en los sueños. De esta forma fue como comenzaron a volar. Coincidentemente, aterrizaron en esta vida, en algún punto de esta metrópolis esquizofrénica y ansiosa de consumir. La vida los hizo coincidir en unos de sus paraderos, entre una de sus tantas vías y de esta manera esta debe haber tomado el camino correcto.
Hoy se encuentran aquí, inmersos de lleno en la aldea global, instalados en sus callecitas, y se propusieron aportarse el uno al otro, y también aportar a los demás lo que sus manos pudiesen entregar. A juicio de estos amantes, el arma más poderosa. Caen en la agonía de una cama desenfrenada. El placer, los impulsos y tantas ganas de amar. Lloran por el tiempo perdido y se vuelven a rehacer. Siempre con la esperanza de que unidos pueden llegar más lejos.
Apostando a la libertad de pensamiento, diría que ellos sienten lo mismo que yo estoy sintiendo. O debe ser que la historia que acabo de narrar es solo el reflejo de mi alegría, mientras miro mis canas en este espejo.